Estos días es imposible no pensar en nuestros mayores. Ellos que nos han contado las penurias que vivieron creciendo en tiempos de posguerra. Las miserias de vivir sin libertades, en un mundo austero, completamente diferente al de ahora. Ellos para los que la adaptación y la supervivencia no fueron una elección, sino el único futuro posible.
Y sin embargo, no fueron sólo los contextos trascendentales los que marcaron su vida. Marcados a fuego tienen cientos de recuerdos relacionados con esas frases que se dijeron, las que se guardaron, las traiciones personales, la frialdad; y también las muestras de amor, la solidaridad y la generosidad entre iguales. Y es que quizá, mientras que el contexto en el que vivían les fue impuesto, el trato humano que se dieron siempre dependió de ellos, para bien y para mal.
Cuidémoslos, sí. Pero respetémoslos también de la mejor forma posible, aprendiendo de ellos. Cada frase, cada acto entre nosotros cuenta. Cuando parece que el mundo cambia, no nos olvidemos de que la vida sigue estando en nuestras manos. En nuestros actos, por pequeños que sean, en nuestras frases. Empezando por nuestro entorno más cercano. Eso también cuenta; en realidad, quizá sea lo que más nos marque.