Hace unos días dedicaba un gran aplauso a todas aquellas personas que enfrentaban un nuevo dragón. Hoy miro a este dragón más de cerca y también a las personas de mi entorno, que como todas, se enfrentan a él.
Pongo especial atención a los mensajes que nos damos unos a otros, a cómo nos hablamos en mi entorno familiar, personal y profesional. Y veo a personas guerreras, valientes, con confianza y veo también a esas mismas personas vulnerables, con miedo y confundidas. Cada uno de nosotros alternamos las dos caras de la misma moneda. Y lo hacemos, en muchos casos, en tiempo récord.
Este dragón, esta crisis tan distinta a las anteriores, parece que ha llegado para desafiar nuestro status quo. La pandemia no sólo nos lleva a pensar en el virus, sino que nos obliga a cuestionar todo aquello que sostenía nuestro mundo, tal y como lo conocíamos hasta ahora. De algún modo nos empuja a reinterpretar todo nuestro entorno, a nivel global, y a nivel individual. Pone en tela de juicio los valores y cimientos sobre los que hemos construido nuestra sociedad, nuestra economía y nuestras relaciones.
Parece que entramos en un nuevo paradigma, entendiendo tal cosa como una nueva manera de percibir la realidad y un cambio de la realidad en sí misma. Nos encontramos en un lugar en el que nunca antes hemos estado, también a nivel individual. Y a pesar de nuestras circunstancias personales, y me consta de la dureza de algunas de ellas, tenemos en común que es un momento histórico y único para cada uno de nosotros. Esto es una oportunidad que no podemos perder: poder mirarnos desde fuera para observarnos en este lugar desconocido. Hacernos conscientes de lo que estamos viviendo y de cómo lo estamos viviendo.
Pero este cambio, o esta crisis, tiene algo peculiar. Y es que es nueva para todos nosotros. No hay referentes a quien mirar, no hay conocimiento que dé respuestas, no hay economistas, ni científicos, ni políticos que ya hayan transitado este camino. Esta travesía empieza en y con cada uno de nosotros.
Por tanto, no hay maestro en este camino más que uno mismo enfrentando su realidad. Pero para llegar a ser maestro hay que estar dispuesto a abandonar nuestros supuestos conocidos, a distanciarnos de nuestra manera de entender las cosas y también de hacerlas. Las acciones que nos han servido hasta ahora puede que no nos sirvan en este futuro próximo.
Y es en este punto donde he visto la diferencia entre personas guerreras y magas.
Las personas guerreras se muestran valientes, fuertes, determinadas a luchar contra este dragón. Le hacen frente, le miran a los ojos y confían que lo vencerán y que saldrán de esta. Están activas, sin parar de trabajar, se preparan para la gran batalla, volver a la «normalidad» y hacer frente a la crisis.
Las personas magas se preocupan y responsabilizan de su aprendizaje, de hacer esta travesía aceptando su confusión y vulnerabilidad. Están con una actitud de observar, cuestionar y cambiar los principios de coherencia que constituyen su persona, su negocio, sus relaciones… Están con el compromiso de tomar decisiones y hacer un giro en su manera de posicionarse en este mundo. Y lo hacen pensando en global, un desarrollo individual en pro de un bienestar común. Hablan de un «todos» y un «todo».
Todas estas personas, guerreras y magas, conocen al dragón y sin duda alguna sobrevivirán a su amenaza. Pero sólo aquellos que eligen ser magos llegarán sorprendidos a dimensiones que se encuentran más allá de lo que hubieran imaginado. Y además, su «magia» generará un impacto positivo a nivel global.
Así pues,
Frente al dragón: ¿guerreros o magos?